Arte y Crítica

Crónicas - diciembre 2012

SCL-SFO: BITÁCORA de un flaneur

por María Jesús García Larraín

La mirada tiene la obligatoriedad de conservar su perspicacia; sin embargo, no puede detenerse demasiado tiempo en un mismo objetivo, pues los diversos acontecimientos ocurridos alrededor suyo van a exigir una permanente vibración del globo ocular.

Once días de movimiento ininterrumpido, caminatas eternas por las empinadas calles franciscanas, un mapa completísimo de la ciudad bajo el brazo –difícilmente legible por este paseante anónimo que poco y nada sabe de geografía o puntos cardinales–, la típica mochila que suele asociarse desinteresadamente al curioso en circunstancias como ésta: un viaje de placer en y con todos los sentidos, la intromisión desvergonzada en lo más recóndito de esta ruta desconocida, cuyas promesas fielmente garantizadas por algunos de sus visitantes de antaño resultaron ser, a fin de cuentas, tan sólo el escueto prefacio de una inolvidable experiencia artística. ¿Suena grandilocuente? Pues así lo fue.

Cortesía Ma Jesus García.

Cortesía Ma Jesús García.

San Francisco es una ciudad que, como uno, se duerme tarde y no descansa. Tiene un nivel de actividad muy similar a la de un felino desamparado, hambriento y enjaulado; trilogía que, de no recibir la atención requerida por las deliciosas excentricidades que insiste en ofrecer al público observante, podría desembocar en un torbellino avasallador. El transeúnte, previamente advertido, debe estar dispuesto físicamente con la figura erguida y en posición de alerta para enfrentar esta urbe, aún contra la propia voluntad cuando se trata de un turista receloso de su anonimato o dueño de un evidente carácter parco. La mirada tiene la obligatoriedad de conservar su perspicacia; sin embargo, no puede detenerse demasiado tiempo en un mismo objetivo, pues los diversos acontecimientos ocurridos alrededor suyo van a exigir una permanente vibración del globo ocular. Como tantas otras veces, entonces, el ojo del espectador desempeña la función práctica de lente teleobjetivo con una visión de campo en trescientos sesenta grados.

Y es que en esta ciudad-puerto cosmopolita, que alberga a habitantes de los cinco continentes –entre ellos un gran porcentaje de latinos nacidos en su país de origen pero criados en Estados Unidos que, por lo tanto, manejan el inglés a la perfección y dejan asomar un hálito de su lengua originaria cuando interactúan con turistas de habla hispana–, hay persona(je)s de todo tipo desplazándose colina arriba, en el centro, o bien, bordeando la ribera de esta extensa bahía que desemboca en el océano Pacífico.

En las calles con mayor flujo de gente, resulta imposible obviar la presencia notoriamente activa de centenares de homeless people que han pisado territorios comunes durante prácticamente toda su vida. Muchos de ellos sobreviven a la miseria gracias (o debido) a un prominente talento escondido entre sus andrajosas vestimentas y el inagotable ingenio que han sabido desplegar en los diferentes espacios callejeros: largos murallones sobre los cuales grupos reducidos de adolescentes realizan graffittis temáticos, incorporando la gran mayoría de ellos breves textos críticos que ponen a la palestra tanto la contingencia política como el estado actual de una sociedad, al igual que todas, en permanente conflicto. Un poco más allá se encuentra sentado un pintor quien, si bien abandonó la brocha gorda hace un tiempo o nunca la tuvo frente a sus narices, se anima a trazar líneas gruesas para crear paisajes con gran dinamismo, a partir de una reducida gama de sprays de colores e incentivado por el sonido hip hopero de esa radio añeja y compacta que resulta ser su más fiel compañera ambulante. En otra sintonía aunque a pocos pasos aparece el espectador, quien con la cabeza inmóvil y los pies marcando el ritmo de fondo, contempla asombrado este show en vivo que podría interpretarse como un acto performático de carácter espontáneo.

Y así, si recopiláramos todos los encuentros casuales con sujetos difíciles de prescindir como los graficados anteriormente, este relato se convertiría en una larga tira de cómic citadino en el cual se imprime la participación de diversos artistas, natos e ignotos, poco conscientes de esa particularidad que los diferencia del nicho callejero bohemio, aquel territorio extenso cohabitado por azar o circunstancia.

Cortesía Ma Jesus García.

Cortesía Ma Jesús García.

Luego, en un tercer escenario completamente diferente pero cada vez más concurrido por extranjeros y habitantes de San Francisco y sus alrededores, se presenta uno de los artistas más importantes de los medios que surgieron en la década del noventa: el mexicano Rafael Lozano-Hemmer, quien dispone un magnífico trabajo interactivo en una de las salas del SF MoMA. La proyección de sombras y su intervención sonora indagan en la interacción entre la arquitectura, los medios de comunicación masivos, la velocidad y cobertura del mensaje informativo a nivel global, así como también las políticas establecidas en los espacios públicos para la exhibición de montajes como éste.

El vídeo dinámico y la instalación Frecuencia y Volumen: Arquitectura Relacional 9 (2003), están condicionados por el tamaño y emplazamiento de las sombras de quienes deambulan al interior de la galería y, a su vez, exigen la participación instantánea e incluso involuntaria del, ahora, actor-espectador. De este modo, el público maniobra su propio cuerpo para sintonizar con cientos de emisoras radiales, estaciones de música envasada, circuitos de control policial y tráfico aéreo, etc. Unos pasos más allá, en una sala anexa se encuentra el meticuloso equipo de radio cubierto por una estructura de vidrio y al exterior, la antena con forma escultórica que ejerce como productora, receptora y emisora de frecuencias radiales que están confusamente interconectadas pero, sin embargo, dialogan en forma simultánea con la figura móvil que las dirige. Dicha exposición, cómo no, forma parte de las 2012 Zero1Bienales y de seguro significó una inversión capital de alto costo.

Éste es San Francisco, quien junto a una majestuosidad indiscutida y el seductor ímpetu con que recibe a sus comensales, no teme revelar la cara oculta de sus monedas. El arte es aquí una apuesta tan prometedora para sus creadores con trayectoria, como castradora para quienes se desenvuelven en espacios descobijados. Vivir el arte otorga un goce exacerbado; vivir del arte implica vagabundear sin rumbo definido…

Cortesía Ma Jesus García.

Cortesía Ma Jesús García.

Categoría: Crónicas

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