Arte y Crítica

Crónicas - octubre 2012

Porque ser mujer es más difícil de lo que parece. Divagaciones sobre arte, feminismo y reggaeton

por Katherinne Lincopil

¿Pero cómo el arte aborda los temas de género sin que el género se vuelva el tema de la obra? ¿Cómo encuentro lo femenino en el arte? ¿Porque la artista es mujer? Comentarios sobre las fotografías de Paloma Palomino en el Museo de Arte Contemporáneo

Cuando me enteré que el número de esta edición era sobre arte y género, pasé del entusiasmo al colapso. En la etapa del entusiasmo, me fui a la biblioteca de la facultad y saqué todas las ediciones disponibles que me pudieran servir de inspiración: Por un feminismo sin mujeresTendenci@s. Perspectivas feministas en el arte actual (el que parecía más útil que todos), Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940 (por si alcanzaba a leerlo y quedar informadísima), entre otros. Mi idea era acotar el tema y referirme al feminismo o a la mujer artista. Así que con todo ese montón, me fui al casino de la escuela a revisar mis elecciones. Me senté en una mesa donde otros compañeros realizaban diferentes actividades.

Hojeando y hojeando pasé paulatinamente a abandonar el entusiasmo y pensar en la segunda parte del asunto. Si quiero abordar el feminismo, tendría que ser desde el arte ¿Pero cómo el arte aborda los temas de género sin que el género se vuelva el tema de la obra? ¿Cómo encuentro lo femenino en el arte? ¿Porque la artista es mujer? ¿Porque la artista se refiere a temas femeninos o al imaginario femenino? ¿Tiene que usar tejidos? ¿Tiene que usar telares? ¿Tiene que usar electrodomésticos? ¿Por qué hay tantos feminismos?

Aquí llegué al colapso. Tuve entonces que apelar a mis compañeros por una improvisada lluvia de ideas. “Escribe sobre la Voluspa Jarpa. Sobre las histéricas de Voluspa Jarpa”, me dijo un amigo. No, más reciente. “¿Y la Nury Gonzalez?”, dijo una compañera mientras miraba la pantalla de su computador. Más reciente aún. Todos nos quedamos pensando un rato. A ninguno se nos ocurrió nada.

Para no perder el tiempo, seguí revisando la bibliografía elegida. “Ni siquiera sé qué es ser una mujer”, me dije de pronto. ¿Es mujer quien nace con el cuerpo de una mujer? Entonces, ¿quien pierde los senos por un cáncer es “menos” mujer? (aquí rozaba el nivel de matinal de televisión en mis reflexiones) ¿Es mujer el que se siente mujer? ¿Se es menos mujer por no querer hijos? Ni siquiera podríamos hablar de el femismo, sino los feminismos.

Porque para cada pregunta hay uno diferente. Porque ser mujer finalmente es una representación. Es un imaginario. Por eso no sé qué es el feminismo, insistía. ¿Es la reivindicación de la igualdad de derechos de una representación masculina del otro calificado como femenino, respecto a las libertades que ellos mismos se han otorgado y al imaginario de sí mismos? ¿Es la reivindicación de una diferencia? ¿Es que no me tengo que depilar más?

Dando esos pasitos de bebé (supongo que si Simone o Virginia hubiesen pasado por ahí me habrían dado un besito en la cabeza por mis avances y el esfuerzo) noté que alguien se había sentado a la mesa. No la conocía, pero de pronto lo que contaba se volvió interesante. Había ido a una inauguración del tipo “fiesta con DJ”, donde la gente que llegó iba vestida High-level-Dolce-and-Gabana-style. “Estuvo buena la inauguración en el MAC, vamos a implantar la idea del DJ para la próxima”. “¿En el MAC?”, me pregunté.

Claro, en el MAC de Quinta Normal la fotógrafa Paloma Palomino cerraba Showroom. En la misma sala donde expuso mi artista chilena preferida, Camila Ramírez. Ahí recordé una de sus fotos. En la foto que recordé, aparece una modelo de tipo pasarela, flaca y larguísima sobre un cajón de ropa, del tipo que hay en la calle Bandera, el paseo de la ropa americana. “Aquí está mi Cindy Sherman criolla”, me dije.

Tomé todos mis libros y partí a ver la exposición Maicol y sus amigos, que aunque no tenía relación con la foto que yo recordé, era realizada por una mujer. Quizás es ridículo pensar que por ser mujer tiene que ver con temas de género o feminismo. Pero no fui en busca de un discurso de ese tipo, sino en busca de la mirada de una fotógrafa, una mirada que posiblemente podría ser diferente a la de un fotógrafo. “Voy en busca del punto de vista del discurso no oficial”, me ilusionaba ¿Con qué mirada presentaría Paloma Palomino al Maicol y a sus amigos? ¿Con qué mirada presentaría una joven artista sus fotografías sobre otros jóvenes que se pasean enchulados por las calles de Santiago?

Con la misma que cualquier fotógrafo o fotógrafa que sepa usar una cámara. Esa fue mi conclusión. Cuando llegué, en el museo estaban instalando otra muestra. La única sala habilitada era la nueva de fotografía, inaugurada con la exposición de Paloma Palomino. Luego de darme el ticket de entrada, el guardia me indicó el lugar. Sorteando los elementos dispuestos a secar, o en espera a ser terminados, entré a ver la exposición. Allí, me encontré con tres paredes y una especie de biombo. En la primera pared, colgaban nueve fotografías enmarcadas, cuadradas, retratos de jóvenes bastante bonitos, con el estilo de alguna determinada tribu urbana, posando delante de un fondo decorado ad hoc a la misma.

En las otras dos paredes, ocho fotos más, en tamaño gigante, representaban a jóvenes de cuerpo entero, posando como en el sitio Viste la Calle, pero en una versión más rankeada. Más criolla. Más Santiago Centro y menos Lastarria-Bellas Artes. Detrás del biombo, se proyectaba un mini documental de cómo Palomino realizó su muestra. Al menos la mitad de ella, la de las fotos sacadas en la calle.

Y, luego de ver el video dos veces y pasearme una última vez de la sala, me fuí. La mochila me pesaba. De teoría, de libros, de apuntes, de envases plásticos con restos de comida. Me pesaba la Beauvoir, la Woolf y la Sherman. Palomino era una arqueóloga con una buena cámara. De eso se trataba la muestra. Imágenes de jóvenes chilenos e inmigrantes, fotografiados por otra joven que los encontraba pintorescos, interesantes, onderos. En una pared los amigos de Paloma Palomino. En las otras dos los amigos del Maicol. Y nada más.

Caminé con lentitud hacia mi casa. Me puse los audífonos pero al rato me di cuenta que no le había puesto play a la música. No había encontrado ninguna mirada ahí adentro. Me había encontrado con personajes, con estilos, con estereotipos, con fotos que hemos visto mil y un veces en revistas, internet y manuales de fotografía. Lo interesante era la chilenidad en algunos de estos retratos. Pero para quien circula frecuentemente por el centro de la capital, era ver el recurso de siempre: imágenes de personajes comunes ingresando en el espacio museal.

“Igual eran bonitas algunas”, pensaba tratando de recordar. Me compré un Kapo de frambuesa para animarme, puse el MP3 en aleatorio y comenzó a sonar: “Si vas sola pa’ la disco ya sabes que hacer. Poncea dale poncea. Que la noche es larga y tú te aguantas 2 o 3, poncea dale poncea (…)” Me gusta esa canción. Los libros comenzaron a alivianarse ¿Qué más liberación femenina que el perreo intenso? Es más político que mis libros, al menos. Virginia, no me mires así.

Categoría: Crónicas

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