No me gustaría ver al MNBA como una especie de Casa Piedra, arrendado al mejor postor y relegando la importancia cultural bajo el argumento de lo económico, y me entristece ver a artistas que merecen el reconocimiento de una muestra revisoria terminen trabajando en modo estajanovista.
Si volvemos a lo básico de las artes visuales, nos encontraremos con que hay determinados elementos que se hacen indispensables para poder siquiera concebir la idea de arte. Más aun, si vemos que el arte contemporáneo, lo que aborda, son problemas de lo contemporáneo tratados desde el arte, podremos percatarnos de la eterna lista de sutilezas que configuran la artillería de los artistas, y con la cual tejen la actual trama de la cultura, ya sea visual, política, institucional o incluso, personal.
Sin embargo, la luz, como material y como metáfora de lo visible, pero intocable, es algo que permanece y trasciende, tanto a lo que nos propone el arte contemporáneo como a lo que la historia del arte y la revisión de sus clásicos nos ha brindado. Cuestionar el fenómeno de la luz, la significación de la proyección y las consecuencias de la instantaneidad y la velocidad en las actuales propuestas de la visualidad, tiene por escenario un cruce de disciplinas, una lectura que ha recolectado argumentos desde las interfaces, las obras de arte o los relatos audiovisuales.
Este cruce crea un terreno fronterizo que abarca desde las cloacas de la alta cultura hasta las ruinas de lo popular, saturando las antiguas metáforas iluministas por el pragmatismo de lo efímero. En toda obra de arte hay un lugar clave para la luz, ya sea como efecto, como generador de formas, ya sea como medio que posibilita el acto de ver, ya sea por su fijación mediante los diversos aparatos de registro fotográfico.
Bueno, pues esa luz, tan dúctil y fructífera en las reflexiones del arte en el siglo XX, ha sido el gran personaje de la muestra antológica de Hernán Miranda en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago, muestra que se inauguró el 9 de abril del 2013 y que cerró sus puertas el 23 de junio del mismo año. Si bien, la obra y trayectoria del actual director del Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia están muy por sobre la muestra montada en la sala Matta del MNBA, el descontrol curatorial y la notoria mala gestión museal desvían –literalmente– el foco de atención hacia la iluminación. ¿Cómo es posible que una muestra de pinturas y objetos pueda ser mermada por una iluminación deficiente? ¿Cómo es posible que la puesta en escena de las pinturas de Miranda tenga como enemigo principal aquello que debiese facilitar la mirada hacia las obras, no solo de los espectadores, sino que del mismo artista? Cuadros que permanecían en la penumbra; superficies de color plano que –debido a la iluminación– se convertían en pasajes; sombras duras que competían, desde el suelo, con las gráficas que caracterizan la obra de Hernán Miranda; muros atiborrados y una línea de piezas tridimensionales que parecían postes de iluminación de alguna ciudad tipo Las Vegas.
La obra de Hernán Miranda, quién merece una real retrospectiva, tanto por su trayectoria como por su influencia en un medio pictórico que ha sufrido los embates de una contemporaneidad que no pinta, se ve teatralizada. Llevada al extremo por una función ilusoria que apuñala los imaginarios del artista, así como por una floja curatoría que –desde la penumbra– disocia la obra de su contenido, las raíces del problema no radican en la pintura de Miranda, ni en sus cajas de pintura tridimensional, ni en las diferentes etapas que su trayectoria ha enmarcado –como sí podríamos decir de la exposición de Víctor Mahana que se inauguró posteriormente en el mismo MNBA–. Se trata de algo arraigado y ya naturalizado en la escena local como el eterno déficit de la institución Museo de Bellas Artes, la cual, teniendo el respeto y valoración de la ciudadanía y el mundo profesional, permanece en un régimen de subsistencia asistida. Conectada al suero intravenoso de la DIBAM, sus límites presupuestarios producen una endémica dependencia de fondos externos que, muchas veces, simplemente no llegan o, peor aun, si es que llegan, llegan con condiciones.
A pesar del mancomunado esfuerzo de quienes allí trabajan y los artistas que allí exponen, el museo carece de autonomía al momento de realizar determinados proyectos antológicos o expositivos, ya que se ha naturalizado una suerte de estajanovismo artístico de la cual, instituciones de trayectoria como el MNBA son la principal víctima. Ante cierta ansiedad, muchos artistas caen en la trampa de realizar grandes muestras al modo del obrero Alekséi Stajánov –creador del estajanovismo–, es decir, en base a una valoración tautológica de la producción artística por ser trabajo artístico: trabajando horas extra, no necesitando de un incentivo económico ni una mejora en las condiciones de vida, solo impulsado por un heroísmo ideológico que se antepone a su tiempo libre, sus otros quehaceres o la familia. Esto lo lleva a realizar múltiples funciones, parchando o tensionando labores de producción de una exposición que, finalmente se desbordan, como ha sido el actual caso de la muestra antológica de Hernán Miranda.
Si bien las piezas que nos presenta Miranda no son sorpresas, la muestra nos permitió ver una gran cantidad de sus cuadros, bajo una clásica organización temporal de sus series más reconocidas, las que mantienen el carácter gráfico y ese vaho a Carreño que ha hecho de Miranda un canal de conexión con la pintura moderna local. A esto, se suman una serie de cubos de acrílico, en los que ha separado los planos para retratar diversas aves en un entorno natural, ubicando diferentes capas en diferentes planos dentro del cubo, descomponiendo la pintura –y el acto de pintar– a modo didáctico y, a la vez, objetual.
Por último, y no tan magullado por el descuido del montaje, las pinturas de la serie Cuerpo de Chile (2012-2013), muestra el trabajo más reciente. Con gráficas de estampilla e imágenes de enfrentamientos callejeros sobre planchas de cobre, Miranda ilustra ciertos temas de la agenda mediática mas reciente, usando el cobre como soporte. Esta operación nos recuerda la premisa del desplazamiento y propone, siempre dentro de un imaginario determinado por las imágenes de circulación masiva, una lectura sencilla de la apropiación y de cómo la ejerce el artista. Apropiación de este metal –que hace el sueldo de Chile–, y de esas imágenes significantes que han construido una identidad reciente y aun por descifrar.
No me gustaría ver al MNBA como una especie de Casa Piedra, arrendado al mejor postor y relegando la importancia cultural bajo el argumento de lo económico, y me entristece ver a artistas que merecen el reconocimiento de una muestra revisoría terminen trabajando en modo estajanovista.
Para cerrar dejo algunas preguntas ¿acaso no hay manera de transformar el asistencialismo y la dependencia en pos de una autonomía museal que esté a la altura de los proyectos que allí se realizan? ¿Los artistas, curadores, gestores somos tan adictos a la realidad que nos envuelve, que no somos capaces de transformar esta endemia y solo nos queda la pasividad del acostumbramiento?
Hay 3 comentarios a Una traición de la luz en la Exposición Antológica de Hernán Miranda 1979-2013
Me sorprende y emociona leer este texto cuando la exposición a la que se refiere ya ha concluido. Fui varias veces a esta muestra e incluso realizamos un encuentro con Hernán en la UAH. Muchas de las cosas que aquí se mencionan son muy ciertas, sobre todo el congraciamiento del MNBA con otras instancias que poco tienen que ver con arte y cultura. Pienso que a pesar de los obstáculos que presenta el museo y los asuntos de financiamiento, las obras de Miranda logran defenderse y reclamar el lugar que merecen. Estas obras son capaces de dialogar, de comentarse a sí mismas y dar cuenta de sus procesos de construcción, sus contextos y sus múltiples citas. La producción artística de Miranda no se empaña con la precariedad de nuestras instituciones. Gracias.
Estimado:
Nos conocimos ayer en una inauguración y para mi sorpresa el primer articulo que leo es sobre iluminación cuestión a la que me dedico latamente. Conozco la realidad del MNBA pues me tocó diseñar y ejecutar el proyecto de mejora del sistema de iluminación (2010), la cuestión es que me parece que si bien existe aquella insuficiencia institucional y de gestión, el caso es que el museo hoy cuenta con la infraestructura para satisfacer las demandas. Habría que ver si la articulación de las distintas disciplinas implicadas en la gestión cuentan con un diseño adecuado (o si cuentan con uno al menos) puesto que, como es común en nuestro país muchas veces aún existiendo recursos la ineficiencia y/o torpeza se impone por sobre las condiciones presupuestas.
Los felicito por su página, es muy útil para compartir las experiencias de arte contemporánea en Sur América.