De entre los más de 16 millones de contenedores que existen en el mundo, uno fue tomado como galería de arte nómada, haciendo de Sala de Carga un proyecto que, en sí mismo, se conforma como una obra de arte desplazada del objeto.
Cuando Sloterdijk en Normas para un Parque Humano menciona las cartas que escribe Heidegger a sus amigos luego del Holocausto y la debacle de Alemania, lo hace ponderando cómo el pensamiento de este gran filósofo ve redirigida su materialidad, desde las aulas y los libros, a la carta; y cómo finalmente la carta se transforma en la herramienta del lenguaje que permite transformar el monólogo en diálogo, en una interacción, donde la dirección de la escritura y del pensamiento se coluden para comprender al otro, desplazándose de una formalidad de escuchas inciertos, a una coloquialidad de escuchas conocidos.
La sencillez de una carta, su envío, su recepción y su intimidad, confieren al contenido un nivel ceremonial que podríamos proyectar perfectamente hacia el mito de origen que da impulso al proyecto Sala de Carga dirigido por Jocelyne Contreras.
Si bien la propuesta de galerías móviles se viene dando con mayor recurrencia en el último tiempo, y la idea no es precisamente original, los signos que singularizan Sala de Carga pertenecen a imaginarios que se posicionan en una coyuntura muy específica. El contenedor, comúnmente utilizado como objeto normado en el traslado de productos por vía marítima, se transforma en una sala de arte, y su movilidad por diferentes lugares de la Región Metropolitana le confiere un carácter nómade, propio de las pulsiones de circulación que tanto cuestionamos los artistas locales.
Descubrir al otro es una cualidad que se le confiere a Narciso, quien es el primer hombre en construir un otro en la representación, que el reflejo le devuelve. Su error no está en enamorarse de sí mismo a modo de vanidad, sino en creer que eso allí reflejado se trata de otro ser que debe ser construido hasta el enamoramiento.
El espacio de exhibición, un contenedor adaptado como galería de arte móvil, es un espacio que, en sí mismo y desde la historia del objeto, establece un parangón con las estrategias que adoptan los proyectos artísticos nómades. Reflejo del signo más elocuente del mercado mundializado y de una institucionalidad eternamente emergente, el contenedor-galería se propone como un espacio de albergue y localización temporal, sin caer en el error de Narciso, sino más bien naturalizando los afectos del nomadismo bajo el diálogo de las muñecas rusas, donde una obra está dentro de otra, donde los vacíos del arte contemporáneo son llenados con una obra de obras.
El contenedor, originalmente y como dispositivo de transporte, fue creado por un camionero estadounidense en 1954, fecha en la que fue patentado como “aparato para el flete marítimo”. Se trataba de un remolque de camión que, adaptado en forma y tamaño, se adecuaba a un tren y a un barco, así como también podía ser reutilizado. Todo esto con el objetivo de ahorrar tiempo y proteger los productos transportados de las constantes caídas y deterioros sufridos en los transbordos entre vehículos.
Su evolución comienza con el traslado de cincuenta y ocho remolques vía marítima en 1956, desde Nueva Jersey a Houston para, luego de diez años, realizar su primer viaje intercontinental entre EEUU y Europa. Actualmente existen alrededor de 16 millones de contenedores, y con ellos se han construido casas, restaurantes, y un sinfín de espacios habitacionales, siendo un elemento icónico del transporte de mercancías que se puede ver desactivado por su habitabilidad.
Esta desactivación, en el caso de Sala de Carga, cobra un nuevo ribete aun más agudo, considerando el constante estado de excepción en el cual está sumido el mercado del arte. La operación de facto del contenedor se transforma en todo un signo en torno a las maneras de potenciar el desarrollo de una para-institucionalidad artística.
Consideremos que este proyecto fue financiado por los Fondos de Cultura de FONDART, pero que en su devenir, establece un enlace crítico con las mismas políticas gubernamentales respecto a las industrias culturales y el modo de realizar proyectos de esta envergadura. Sala de Carga logra la parodia de la internacionalización de sus contenidos desnaturalizando un contenedor, así como también propone una circulación local mediante un envase destinado a transportar objetos de mercado por vía marítima.
El desplazamiento del mar a la tierra, de contener objetos de valoración por volumen –bienes de consumo– a otros de valoración por singularidad –obras de arte–, y por último la transformación de la circulación internacional por una local, ponen en relieve la disfuncionalidad del contenedor y la función del proyecto: permitiendo que arriben obras de arte contemporáneos en lugares donde la debilidad de nuestra institucionalidad cultural es manifiesta.
Si bien es sabido que las subvenciones están destinadas a sobrellevar actividades que un estado es incapaz de abarcar o apuntan a compensar de alguna manera, en este caso la irrupción crítica se vuelca hacia el lugar donde se instala el contenedor. La elección de los lugares se toma en función de sopesar la falta de actividades y “se propone constituir una alerta en el camino de los transeúntes, invitados a encontrar procedimientos artísticos heterogéneos que contribuyan al encuentro y la reflexión”, tal como mencionan en su convocatoria pública.
La epístola se envía y, luego de seis exposiciones, la instancia curatorial establecida bajo las premisas Desplazamiento/Operaciones Materiales, Desplazamiento/Objeto, Desplazamiento/Cuerpo, Desplazamiento/Espacio, Desplazamiento/Movimiento y Desplazamiento/Desgaste, se configura un corpus de trabajo demasiado extenso como para abarcar en una sola crítica, resaltando el gesto inicial y esa eterna problemática de la gestión.
Me perdonarán los artistas que en alguna de esas seis exposiciones mostraron su trabajo, pero es finalmente la propuesta en sí la gran obra, es esa cruzada metropolitana con un contenedor marítimo que, al modo de Fitzcarraldo de Herzog, va ubicando obras de arte donde no las hay.