Lo más difícil es encontrar obras que, independiente de los años de nacimiento de sus autores, reflexionen sobre la generación actual. ¿Qué significa ser joven en la sociedad contemporánea? O mejor aún, ¿qué significa ser joven en la sociedad latinoamericana?
We accept the fact that we had to sacrifice a whole Saturday in detention for whatever it was we did wrong, but we think you’re crazy to make us write an essay telling you who we think we are. You see us as you want to see us. In the simplest terms and the most convenient definitions
Brian Johnson en The Breakfast Club
I
Durante los últimos cinco años la escena artística nacional se ha ido focalizando cada vez más en privilegiar el ordenamiento etario de las exposiciones, premios, concursos y becas. Las ciudades se han vuelto santuarios de veneración para los artistas jóvenes con proyectos emergentes promocionando escenas alternativas –quizás solo tres ciudades en todo Chile. El circuito, incluso el más académico, se ha contagiado con el síndrome del artista joven. Y el síndrome muchas veces se condice con una conjunción de síntomas, que en su mayoría son atendidos por los outsiders y no padecidos por los propios resilientes. El artista joven debe ser hábil, locuaz, informado, atento, camaleónico y, antes que todo, ambicioso. Por lo menos, esas son las indicaciones para identificar a los potenciales portadores del síntoma.
A su vez, el mundo ha girado su órbita hacia los jóvenes respondiendo a las mil caras del mercado, de la moda, las comunicaciones, pero también a las irrupciones indeseadas de los propios líderes del movimiento estudiantil. Ya no los nuevos ricos, sino los nuevos diputados –el anverso del temeroso Neo en Matrix: “is our way or the highway”. En marchas, programas televisivos, entrevistas y comentarios, las voces de unos y otros se encuentran atrincheradas tras las barreras de una aparente división etaria. Los mayores, conservadores; los jóvenes, revolucionarios –algo de esto fue criticado por Alfredo Jocelyn-Holt en una de sus columnas semanales del diario La Tercera, cuando comentó el libro de Francisco Figueroa Llegamos para quedarnos, editado por LOM. Y se trata de una disputa de poderes, como siempre. Queremos tener un pedazo de la torta antes que sea engullida por los “mismos de siempre” –muchas veces esos son imaginados como los personajes de los grabados de Georg Grosz, cuyo referente local sería el odiado Andrés Chadwick.
Pero las afiliaciones esconden siempre algún tipo de agenda, de cualquier orilla en la que nos encontremos. Pueden ser publicistas desesperados por entrar en un mercado que no se cansa de crecer (el universitario); o bien políticos que buscan salir en la foto tratando de asegurar su permanencia en los anhelados cargos públicos; o quizás puedan ser los mismos jóvenes que –como tantas veces en el siglo XX– buscan convertirse en la vanguardia. Y esta manoseada palabrita conlleva múltiples equívocos, porque mientras alentaban el ocaso de los ídolos, no muchos años después recibían los laureles con sonrisas gloriosas (Picasso o Dalí, por ejemplo).
II
Y si transportásemos este debate a un posible análisis de obras: ¿qué obras o proyectos artísticos nos hablarían de los temas relativos a los artistas jóvenes, emergentes o alternativos? ¿De qué manera podría ser eso traducible a las formas? Digamos lo siguiente. Hay, por lo menos, tres facetas de este fenómeno: existen artistas jóvenes –y las disputas se dan principalmente en los compromisos de término, es decir, cuándo uno deja de ser denominado artista joven y por qué se decide tal fecha–; existen también iniciativas de diversa índole que se juegan en la jovialidad y juventud de sus exponentes, proyectos o representantes –curatorías que resaltan nuevas caras, frescas, no prejuiciadas (¿por qué eso es un valor?)–; y, por último, existen unas pocas obras cuyo tema, objeto y contexto es la actual generación.
Estas tres facetas están constantemente intercalándose: artistas jóvenes exponen en proyectos cuya moneda de cambio es la jovialidad y, a su vez, artistas no etariamente jóvenes reflexionan sobre la actual generación. Ni lo uno ni lo otro comporta una diferencia sustantiva, solo beneficios relativos –aparecer en alguna compilación, participar de alguna exposición, pertenecer a un grupo.
Por otro lado, diferentes actores culturales del campo artístico, desde agentes del mercado hasta impulsores de iniciativas independientes, promueven una visión del arte actual que se basa en el aprovechamiento de ciertas imágenes arquetípicas asociadas a la juventud: del lado del mercado se quiere ver caras nuevas, del lado del mundo independiente se valora la autonomía, la autogestión, el descaro para con la tradición o la institución oficial, todas cuestiones altamente vinculadas al individualismo de esta generación (si nacen iniciativas independientes, inmediatamente van conformando ghettos aislados de sus pares).
Con esto solo quiero indicar que bajo la apariencia de compartir una suerte de homogeneidad en relación al fenómeno de los artistas jóvenes o los proyectos independientes, al acercar la lupa las particularidades resaltan.
III
Hacia mediados de los ochenta, cuando el boom de la cultura teen recién comenzaba y MTV aún no mostraba el poder transformador de los noventa, John Hughes lanzó la película The Breakfast Club. Con una trama ante todo sencilla –cinco chicos pertenecientes a diferentes grupos, deben compartir un sábado de castigo–, Hughes proyectó una serie de clásicas escenas entre los personajes, algunas altamente dramáticas.
La película, como nunca antes en el cine, representaba los conflictos de los jóvenes que crecieron en la conservadora década de los ochenta, repleta de apariencias y de buenas intenciones. La película, además, fue toda una revelación en relación a los jóvenes middle-class, no las bellezas tradicionales del cine (James Dean o Warren Beatty) sino los rostros y ropas comunes de la cultura punk, metal, techno o pop de los ochenta.
Traigo a colación esta película porque me interesa discutir una dicotomía silenciosa que se ha ido instalando en la escena artística local. Se exige de ciertos artistas una suerte de jovialidad asociada simplemente por el carácter etario, no se les exige una reflexión acerca de la actualidad y, a la vez, aquellos artistas que trabajan de manera más reflexiva los conflictos de esta juventud, aparecen tildados como densos. Lo más difícil es encontrar obras que, independiente de los años de nacimiento de sus autores, reflexionen sobre la generación actual. ¿Qué significa ser joven en la sociedad contemporánea? O mejor aún, ¿qué significa ser joven en la sociedad latinoamericana?
Quizás caiga en algunos lugares comunes, pero artistas como Papas Fritas, José Pedro Godoy, Felipe Santander, Matthew Neary, Marcela Serra, Nico Miranda, Paula Urizar, Bárbara Oettinger o Blok, abordan la actual condición de la cultura teen. Sus obras se encuentran tramadas por un acercamiento directo con códigos, referentes y debates que son parte de una generación –lo que Meredith Haaf entiende por este concepto en su libro Dejad de lloriquear. Sobre una generación y sus problema superfluos.
Pero la cultura joven, actualmente, está mucho más identificada con una suerte de irreverencia contenida, solo en el límite de explotar. Algo entendible para una generación que creció viviendo los conflictos en la realidad virtual, en vez de Pateando piedras; una generación que reclama cambios radicales pero cuyos líderes apuestan por las vías tradicionales (a la retaguardia con los generales: Camila Vallejo v/s Guillermo Tellier o Giorgio Jackson v/s Camilo Escalona); una generación que habla de segregación o distribución del dinero, pero que adora el perímetro mágico de Santiago (M100 al poniente, Costanera Center al oriente, Cerro San Cristóbal al norte e Irarrázaval – Av. Matta al sur).
Pero cuidado. Si volvemos al caso de las artes visuales, algunos signos se están levantando en relación a un cambio más radical de parte de la actual generación: cada vez más los pesos pesados de la institucionalidad (Museo Nacional de Bellas Artes o el de Arte Contemporáneo) pierden su densidad y retroceden siendo sustituidos por las Galería Barroca, Callejera, Temporal, Sala de Carga, y tantos otros recintos donde el peligro y la frontalidad se están volviendo valores más codiciados.
Sin embargo, esos primeros signos deben empezar a traducirse en un debate más atento a la labor productiva y transformadora que puede emerger, que a la mera voluntad dicotómica que muchas veces los motiva. Apuntar sobre todo a proponer maneras diferentes de relación con el espectador, con los procesos creativos y con las lógicas expositivas –por decirlo en términos políticos, pensar una nueva institucionalidad. En esto, Temporal, Móvil y Sala de Carga ha ido más lejos que sus compañeros de ruta.
Así, se cuestionará la herencia del arte chileno, en términos institucionales, que se ha sostenido desde hace casi dos décadas, constituyendo una manera efectiva de criticar ese campo heredado, ese mundo entregado por los pater familias. Y una visión de mundo que ante todo se ha moldeado desde la articulación entre universidad (academia) y museo, como los actores predominantes. En la mencionada cinta de Hughes, el personaje de Emilio Estévez (hijo mayor de Martin Sheen), Andrew Clark, pregunta: “My God, are we going to be like our parents?”.
*Las imágenes que acompañan este artículo son fotogramas del video de Matthew Neary Uptown, del 2013, donde el artista reflexiona sobre la ciudad, la memoria y la infancia.
Hay 5 comentarios a Ni tan jóvenes ni tan alocados. El reinado de la juventud en el arte chileno actual
Estimado:
Creo que su reflexión es mas una señal de alerta respecto de aquello que “debe ser arte” respecto de aquellos nuevos artistas que determinan sus propias visiones de las artes visuales. Los teóricos del arte tienen un gran problema: generalmente o nunca, hacen arte. No pueden entender un proceso artístico como tal.
Es mucho pretender que el artistas joven tiene una misión al ser artista la cual es “protestar” y “cuestionar” su posición de joven promesa respecto al contexto en el que se encuentra.
Este es un país débil culturalmente, con artistas viejos con poco carácter o nulo que pretenden permanecer activos como mitos eternos de la correcta forma de hacer arte. Por favor!
Basta de tirar para abajo iniciativas nuevas, es fácil enumerar deficiencias cuando lo único que se hace es sentarse en el computador recetar soluciones a un problema inexistente para los artistas,. Quizás, el es problema para la vieja camada que tiene a señores guardianes que cuidan el boliche y que le creen al “arte” , que les guste o no, van ha seguir apareciendo Edward Estay, Victor Espinoza y etc etc con 30 o mas años, dejándo almas en un hilo solamente, con talento.
Hacer arte es llevar las pulsaciones internas a un plano exterior sin importar los costos. no hay recetas ni mejores o peores.
ir
Atendiendo al título y las referencias cinematográficas del texto, uno podría preguntarse qué sucede con la juventud en el cine chileno de hoy… al parecer, y esto es solamente una suposición, al cienasta joven se le pide no jovialidad sino que una suerte de profundidad emocional, de madurez -aspectos no necesariamente opuestos. Alejándose de la tendencia nacional que habría por valorar al “joven rebelde” y quizás por sus lógicas propias de producción o por su presencia más pública, se le endosa al cine una responsabilidad con los “grandes temas” o con la significancia de su mensaje. Es como que si las oportunidades son tan escasas, la obra cinematográfica debe aprovechar de decir algo, no malgastar los amplios recursos que requiere… Y en esa ecuación, la temática joven, de manera autónoma, al parecer no tiene mucha cabida…o al menos pocos realizadores buscan historias así, como la de Hughes, donde a partir de un microcosmos, se puede hablar de los conflictos de una generación entera.
No me consta que haya un afan transgresor en torno a los artistas actuales chilenos. Al contrario, de manera bastante cómoda se apoyan en un reconocimiento entre pares y con estrategias de asociación y promoción bastante bien dirigidas. Porque,a diferencia de la generación anterior, ya pasó la post-dictadura y por lo mismo este Nuevo Arte dejó de cumplir un rol de confrontación o denuncia, y se ha hecho transversal incluso fuera de los límites de la academia, lo cual de manera tácita define este período, sin mayores pretensiones de formar parte de una Historia del Arte, le dan la razón a la teoría warholiana de los quince minutos de fama.
Encuentro que el arte chileno en general y el que se llama o se le dice artista chileno, y puede vivir de ello, es casi lo mismo de siempre, no importa si son jóvenes o viejos, son los mismos de siempre, los mismos apellidos del barrio alto se repiten y es de plaza italia para arriba, un arte parejo, sin emoción ni controversia ni nada que exprese nada… absolutamente estéril y elitista. .. además son tremendamente clasistas… y lo de las protestas juveniles es una manipulación política de ciertos sectores simplemente utilizando a los jóvenes. Y “justifican” la violencia o la forma de la misma manera que cualquier dictadura o cualquier guerra justifica sus actos de guerra y sus torturas, diciendo que no existe otra forma de lograr algo… en fin, son terriblemente patéticos…y su arte es aun más patético…