El juego en el que se citan las obras de “Sensation” permiten pensar lo local a partir de un referente global, donde resulta tentador poner en cuestión las fronteras que separan a Chile del resto del mundo.
A principios de los noventa, mi madre y una tía fueron al Museo Nacional de Bellas Artes en el espíritu de un paseo dominical, sin la intención de ver ninguna exposición en particular. En una de las salas, se encontraron con una señora parada ante una pintura de Claudio Bravo que había llamado la atención de todos luego de que exclamase varias veces: “¡Ay no, increíble, esto no tiene nombre, no tiene nombre!”. Después de un rato de perder el aliento frente a la obra, un niño de unos seis años se le acercó a tironearle la falda y a indicarle: “Señora, si tiene nombre, mire, ahí en la plaquita del costado”.
Me resultó inevitable recordar esta escena ante la muestra colectiva “Sensación” en Local Arte Contemporáneo, expuesta durante fines de octubre y noviembre recién pasado. El equipo de Local les propuso a ocho artistas inspirarse en cualquier obra de “Sensation”, exposición de la colección de arte contemporáneo adquirida por Charles Saatchi, realizada en 1997 en el Royal Academy de Londres. Quizás porque comparé inconscientemente la Royal Academy y el Museo Nacional de Bellas Artes, comprendiendo las diferencias, pero reparando en la grandilocuencia que implica cada espacio, en contraposición con el carácter independiente de Local Arte Contemporáneo.
El gesto de Local al pensar una exposición de este tipo le permite utilizar su condición de espacio independiente para generar una reflexión en torno a las diferencias que presentan actualmente, tanto en términos de financiamiento como en lineamientos curatoriales, los recintos institucionales de los lugares alternativos. Generando también, en este caso, una relación paródica de apropiación de los lenguajes globales en el ámbito local, dejando en evidencia el “retraso” del circuito artístico chileno, donde el coleccionismo brilla por su ausencia y el mecenazgo se ve mediado por el interés de la empresa privada por reducir impuestos.
En “Sensación”, Nicolás Miranda instala ocho miniaturas que citan varias obras pertenecientes a la colección de Saatchi: Jenny Saville, Jake y Dinos Chapman, Damien Hirst, entre otros. La obra de Miranda produce un efecto interesante al emplazarse sobre la chimenea de la primera sala de Local, pues hace evidente el lugar en el que se está exponiendo: un espacio extraoficial. La obra se comprende a sí misma sin el objetivo de llegar a los espacios oficiales, genera concordancia entre los objetos y el espacio para el que fue pensada desde un principio.
Y al mismo tiempo, el gesto nos recuerda a la obra de Jane Simpson (también parte de la colección de Saatchi), donde la artista británica instala una repisa y pone objetos remitidos al hogar sobre ella; ya que una de las miniaturas de Miranda es un posavasos con una pintura de Chris Ofili impresa sobre ella, rayando en lo kitsch. Apropiarse de una obra “aceptada” en el circuito global de la forma en que lo hace Miranda, y particularmente en el contexto de referencia a “Sensation”, nos remite a un juego de lenguajes que se ríe de la validación institucional. Algo similar sucede con las reproducciones de Jenny Saville y Martin Maloney, que se encuentran dentro de un marco tipo Casa&Ideas, trayéndonos inevitablemente a la mente esa escena en la intervención de Local en Ch.ACO 2012.
Por otro lado, Pilar Quinteros presenta un video titulado Muerte al Estado (a propósito de Restauración III) donde exhibe el proceso a través del cual realizó otra obra: una intervención a la fachada de una casa antigua, donde bloqueó las ventanas citando la obra de Rachel Whiteread, quien genera una operación similar pero con el objetivo de crear moldes de interiores de edificios. La intención de Quinteros era instalar dos paneles de madera del mismo color que la fachada frente a las ventanas de la misma, cubriéndolas. Sin embargo, al llegar el día de la intervención se encuentra con que la habían pintado de un color más oscuro y, además, había un graffiti entre ambas ventanas que decía “Muerte al Estado”.
Cabe destacar que esta obra se realiza a partir otra obra de Quinteros el año 2010 (Restauración III), donde intervino la misma fachada con cartón forrado con el objetivo de destacar el deterioro de la construcción. Y, en este sentido, me resulta sugerente que las inclemencias de lo urbano la hayan llevado al enunciado del graffiti, puesto que obviando el fundamento político de quien lo escribió, la obra de Quinteros podría ser leída desde la muerte del “estado de las cosas”, en concordancia con su trabajo personal en intervenciones urbanas de construcciones deterioradas.
También me parece interesante el gesto de Quinteros, con el que durante gran parte del video se le ve arreglándoselas para transportar los materiales para la intervención: pensar en la imagen de la artista empujando los materiales que utilizará, arreglándoselas para movilizarlos, en contraposición con la idea de una artista como Whiteread, que sin duda cuenta con un completo equipo que la apoya en la realización de sus trabajos, resulta una reflexión destacable en torno al arte joven en Chile, y a la necesidad del circuito de auto-propiciar sus condiciones de producción.
Pablo Serra, por su parte, presenta varias pinturas basándose en la obra de Barry Reigate Real special very painting, donde se propone una explosión de los referentes visuales adquiridos por el artista a partir de una especie de collage. Reigate señala que las imágenes atacan sin jerarquía a partir del ingreso invasivo de los medios de comunicación, y que como artista, éstas deben emerger casi de manera inconsciente en su obra.
De la misma forma, Serra utiliza este recurso pero rescatando imágenes que podrían parecernos más cercanas desde la visión de la cultura popular, ligada a los medios masivos de comunicación en Chile: dos figuritas de plasticina de jugadores de la selección chilena, una escena en la que Ironman -el héroe de historietas- pareciera ser vencido por algún enemigo, un momento del “video prohibido” cuando el Profesor Rosa le orina la pata a Guru Guru, una imagen de la serie animada Candy Candy junto a dos escenas de porno, entre otras. La obra de Serra desmitifica de alguna manera los íconos de la infancia, gesto que quizás queda más claro al reparar en la barra desgastada instalada bajo las pinturas, que pareciera querer indicar algún peligro en las imágenes expuestas. Así encuentra concordancia la obra de Reigate con la de Serra: la alerta de la mescolanza de imágenes dejó de tener sentido cuando los medios de comunicación masivos comenzaron a manipularlas.
Simultáneamente, Claudia Lee trabaja desde la obra de Marc Quinn, quien en “Sensation” presenta una escultura de autorretrato hecha de su propia sangre congelada. Lee pinta un retrato de Tomate, personaje de Condorito característico por su cabeza roja, al igual que la escultura de sangre de Quinn, pero por una razón mucho más chilensis: la eterna curadera, evidenciada por la botella en la mano del personaje. Al mismo tiempo, Lee recurre a un soporte que nos recuerda a las gigantografías publicitarias, lo que podría encontrar relación con otras obras de la artista, donde le interesa reproducir en fotos de tamaño real aquellos objetos que a partir de la publicidad se vuelven deseables.
En cualquiera de los casos, el juego en el que se citan las obras de “Sensation” permiten pensar lo local a partir de un referente global, donde resulta tentador poner en cuestión las fronteras que separan a Chile del resto del mundo. Quizás aquí lo digital hizo de las suyas destacando lo borroso que se vuelven los límites entre los grandes centros artísticos y el circuito local, cuando es tan fácil googlear a un artista chileno como a cualquiera de los participantes de “Sensation” de 1997. Y en este sentido, no podríamos sino destacar el potencial crítico contenido en los espacios independientes, que por alguna razón, y pese a que el ingreso del arte contemporáneo al Museo dejó de ser un problema en tela de juicio hace ya varias décadas, nos recuerdan que todavía nos cuesta articular las lógicas de lo “actual/joven/trasgresor” a un espacio tan magnífica y terriblemente oficial.
Y a propósito, quizás por todo esto, cobran sentido las palabras que leí en un baño de mujeres de una Escuela de Artes de la capital hace un tiempo: “cabras, el museo es pa’ los muertos!”.